sábado, 22 de julio de 2006

Misterios en el Desierto.

Comenzaré este espacio con un relato algo escalofriante que me ocurrió junto a tres amigos hace unas noches. No puedo dar una aclaración al fenómeno pues simplemente no tengo idea qué es, ¿duendes, ánimas, gente? juzguen a su antojo:

La historia comienza hace más de un año cuando un amigo me cuenta que en un lugar ya en el desierto en las afueras de Copiapó, no muy lejos de donde vivo, le han sucedido cosas extrañas cuando va a carretear en la noche con amigos. La primera vez recuerdo que le golpearon el parachoques del auto y creyó vislumbrar por el espejo retrovisor a un ser medio encorvado que me describió como similar a la imagen de Gollum. También le sucedieron otros detalles, pero como no los recuerdo exactamente no los expondré, no sea que falte a la verdad.

Luego de un año me cuenta que esta vez eran varios los reunidos en el lugar y a uno le llega un piedrazo. Confusión colectiva y poco menos que salen huyendo tan pronto como pueden (No los culpo, quizás habría hecho lo mismo).

Intrigado desde entonces por sus relatos he quedado con la tentación de ir a ver si realmente pasa algo, por supuesto con bastantes dudas, pues ni siquiera sé qué nivel de "carrete" llevaban en el cuerpo los presentes. Mi amigo me dice que debo ir en luna creciente o llena que es cuando les pasan cosas, así que el otro día, con tres amigos (otros) me dirijo al lugar. No sé dónde exactamente es, pero nos adentramos por un camino que parecía el correcto y con la ayuda de una luna casi llena nos bajamos del auto y comenzamos la exploración.

El terreno es una planicie llena de botellas de cerveza. Pienso “si yo fuera un espíritu del lugar, también me enojaría.” Armado con unas varillas de radiestesia a las que tengo buena confianza, comienzo a caminar acompañado de mis amigos (para los que no saben, son sólo un par de varillas metálicas con forma de L, y que puestas una en cada mano indican energías u objetos a medida que se va caminando. Se basa en la misma técnica que el péndulo o la horquillas con que los zahoríes buscan agua).

Para no dar nombres llamaré J, E, y S a mis amigos. Poco a poco J y yo nos vamos alejando de los otros dos, caminando hacia un pequeño cerro solitario que se alza al terminar la planicie. Las varillas no me indican nada de nada. Bajamos la pequeña meseta y al llegar abajo, entre el cerro y ésta, se corta el aire. Obviamente nos parece natural. Decidimos caminar alrededor del cerro, hacia el costado derecho, y las varillas, casi al instante, comienzan a indicar hacia el montículo. No muy lejos de ahí nos topamos con el primer agujero, un hoyo rectangular no muy hondo que pienso que es un picado minero, pero la verdad me recuerda mucho las tumbas saqueadas del cementerio abandonado del mineral de plata de Chañarcillo. Aparte de eso, nada especial, más en ese instante sentimos una piedra, que por el sonido parece más menos pesada, digamos del tamaño de un puño o más. Cae seca, como sobre la arena. Nos miramos nerviosos y vamos a ver. Claro está que no la vamos a hallar, pues está lleno de piedras por todos lados, pero nos topamos con dos agujeros más, muy similares al primero, pero esta vez son dos juntos. Incluso uno tiene dentro lo que en la noche parecían unas flores pero al día siguiente (pues fui de nuevo, de día a tomar fotografías) supe que es una planta del desierto. Lo raro es que no son picados mineros, al menos no los que yo conozco, pues no han depositado los restos en un costado, como se esperaría, sino alrededor de los hoyos. Tampoco son lo suficientemente profundos y no fueron hechos con máquina. Después veré que son muchos y muy cerca unos de otros. No les he encontrado explicación lógica (pero acepto opiniones, claro).

J y yo comentamos “han de ser S y E que nos están molestando,” mas en ese momento vemos aparecer las luces del auto allá arriba en la planicie. Se habían devuelto a buscar el auto y se quedan arriba: no eran ellos.

Seguimos caminando alrededor del cerro. Las varillas indican a ratos hacia el otro lado pero vuelven con insistencia hacia la cima de la loma. Nos encontramos con medialunas de piedras, y también con unas intrigantes líneas paralelas que parten de unos cincuenta metros y terminan frente al cerro, cerradas a ambos lados por piedras perpendiculares. No se ven huelladas ni máquina alguna ha dejado marcas en ellas, aparte de un camino que las atraviesa. En partes donde han sido borradas, alguien las ha terminado con cal, como los descubrimientos arqueológicos. Quizás se trate de uno, pero llevo 25 años viviendo cerca del sector y nunca nadie ha comentado algo así.

Continuamos, ningún ruido. Al terminar el cerro las varillas se me cruzan en un lugar (al día siguiente le pasé las varillas a mi hermano mientras tomaba fotos. Él no cree en “webadas” así, pero se pone a usarlas como le explico, y sin que yo le diga nada, las varillas se tuercen hacia el cerro y también se le cruzan en el mismo punto que a mí).

Decidimos regresarnos, pues S y E han de estar preocupados, pero le digo a J que antes tiraré una piedra. Me agacho, recojo una y la tiro en oposición al cerro, por un lugar donde el agua de las lluvias ha hecho una pequeña zanja… en el momento que mi piedra cae lejos, como a dos o tres metros detrás de nosotros, en el lugar donde las varillas se habían cruzado, cae otra piedra. No es un rodado del montículo, pues cae a unos metros de éste. Como sea, y ya con los pelos como tirados a imán, nos damos la vuelta para llegar al auto. Dos piedras más nos caen detrás. Aparte de eso, nosotros no “vimos” nada.

Al llegar arriba les contamos a nuestros amigos y los convencemos para volver. Hacemos el mismo recorrido pero ya no se oye nada, y por mucho que tiré piedras, ninguna respondió.

Al día siguiente, como decía, pude percatarme de la gran cantidad de agujeros que hay, y de uno que estuvo muy cerca de nosotros pero que no vimos en la oscuridad. Se trata de una especie de herradura, como una excavación dentro de otra, pero cuidando que la arena de la interior no se desmoronara. Dentro del cuadrado interno hay un guante de trabajo medio enterrado. Me da la impresión de que no se enterró solo con el tiempo.
Lo que sea, con J quedamos más que satisfechos aquella noche. No pretendíamos nada más que observar el lugar, pues me parece que los intrusos somos nosotros y no quienes nos tiran las piedras. Pero de que hay algo raro, lo hay...