martes, 31 de octubre de 2006

Las Adrianitas


Niñas de la Fe rodeadas por viejas tumbas y enclavadas en uno de los patios más antiguos del cementerio de Copiapó, se encuentran las llamadas “Adrianitas” que con el correr de los tiempos se han transformado en una especie de “Milagreras locales”.


Cubiertas de lápidas de agradecimientos, patentes e inscripciones, en las que se puede leer la frase “Gracias por el favor concedido”, las Adrianitas son consideradas ahora “niñas de la fe”, mientras que en vida fueron “niñas de la noche”.
Existen varias versiones de cómo se transformaron en signo de milagros para la región. Hay quienes dicen que se trataba de dos prostitutas que trabajaban en los burdeles de la ciudad, durante el auge de la minería del oro en Copiapó en los inicios del siglo pasado. Murieron de forma trágica durante una noche de jerga en la ciudad y de ahí adquirieron el poder de realizar milagros, prim
ero entre las mismas “niñas y niños de la noche” y después entre todas las personas que tuvieran fe en ellas.
Lo cierto es que según registros del cementerio de Copiapó, el 15 de agosto de 1936 fue sepultada Adriana Quiroga y más tarde, en octubre de ese mismo año, fue sepultada a su lado Adriana Álvarez. Al contrario de lo que se piensa no son dos las “Adrianitas”, si no tres ya que el 12 de agosto de 1935, fue sepultada en el mismo lugar, Adriana Labraña.
Adriana Quiroga y Adriana Álvarez trabajaron juntas en el comercio sexual de Copiapó y cuentan que ambas eran las más cotizadas en la zona por su extraordinaria belleza. Incluso se dice que los personajes de la alta sociedad copiapina no pudieron resistirse a sus enc
antos.
Aún está en duda la versión sobre sus trágicas muertes, hay quienes aseguran que fue la peste de hepatitis de los años 30 lo que las llevó a su último aposento, mientras otros dicen que fueron asesinadas por una celosa y acaudalada mujer de la alta sociedad copiapina que vio en ellas una amenaza para la “moral” de su esposo. Ahora ellas están rodeadas de velas y llenas del incondicional apoyo de la sociedad copiapina, apoyo que sin duda les hizo falta mientras eran las más importantes “trabajadoras de la noche” de Copiapó a principios del siglo XX.
Santas, Milagrosas, Bondadosas y Veneradas, las “




Adrianitas” se han ganado un sitial en la historia mítica y de leyenda de Atacama... Un sitial que no piensan abandonar.



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El texto no es mío. No es mi intención pasar por alto derechos de autor, pero lo cierto es que tengo este texto desde hace mucho y no recuerdo cómo o dónde lo obtuve, mas pensé que era importante compartirlo en pro del patrimonio histórico y cultural de nuestra zona. Lo más probable es que sea un reportaje de algún diario local.
Si alguien conoce su autoría o si el autor mismo siente que se está pasando por alto su derecho, agradecería un correo electrónico a alfathir@gmail.com.
PD: (25/07/07) Luego de unos cuantos meses de publicado este artículo, le di el link del blog a otro bloggero local, Omar Orellana, y resultó ser que el texto había sido de su autoría. Investigación realizada para la sección regional de un portal de Internet.
Omar, gracias por permitirme mantenerlo aquí, ojalá publiques luego las leyendas regionales que me dijiste que tenías.

martes, 24 de octubre de 2006

Animales Domésticos

Crimen y Confesión: hace unas semanas, sacando tierra del patio para poner en el antejardín, encontré semienterrada una crisálida café brillante que sólo movía la colita cuando la tocaba. Recuerdo que cuando chico también había desenterrado una y siempre quedé con la duda de si era una especie de araña o de mariposa u otro insecto, así que esta vez la guardé en una cajita de madera y esperé. Siempre la estaba mirando hasta que dejé pasar alrededor de tres días en que no lo hice… la pobre nació, se trataba de una polilla de más o menos un centímetro y medio. Había revoloteado por dentro de la caja esparciendo sus argentinas escamas pero su esfuerzo vano debió consumirla sin que jamás volviera a ver la luz en su nueva forma alada. Un verdadero crimen, lo sé. Privar de la libertad a quien no lo merece y aun más, a quien luchó por sus alas.


Conversación Fallida: ayer sobre el estuche de mi violín, dentro de la pieza, una lagartija me miraba atenta desde el otro lado de mi cama. Me acerqué de a poco y le expliqué, en inglés y español para asegurarme de que me entendiera, que no se asustara pero que la tomaría para sacarla afuera porque no consideraba que mi pieza fuese un lugar seguro para ella (sobre todo con el cargo de consciencia de mi asesinato anterior). Creo que era francesa, o rusa, pues creo que no me entendió una palabra y de todas formas huyó. Se metió en un cajón del ropero y preferí dejarla, no fuera que la aplastaba y tendría que cargar con otra muerte en mi consciencia. Como sea, pensé, hay harta araña de rincón en mi pieza así que supongo que podríamos desarrollar una buena relación simbiótica.

Estupidez: desde siempre ha habido en el patio de mi casa unos capullos de insecto hechos con una especie de seda. Son como unos pequeños cigarros más anchos en un extremo que cuelgan generalmente de una acacia o en sus alrededores. Tampoco supe nunca qué animalito salía de ellos, así que me traje uno a mi pieza. Pensé que sería genial ver nacer una mariposa nocturna, como cuando era chico y en mi habitación cuidé crisálidas de Monarca hasta que nacieron. Esta vez tuve el tino de no guardar a este potencial ser alado en una caja cerrada y sólo lo dejé sobre un mueble, pues su envoltura es lo suficientemente dura como para protegerlo. Anoche cuando llegué me iba a acostar, ya me había quitado los zapatos cuando oí que algo zumbaba... lo imaginé de inmediato. Ahí, entre desodorantes, cremas y cotones aleteaba una polilla peludita y café tratando de ejercitar las alas para su primer vuelo. Me recordó un mamífero, era realmente muy bonita y no tan común como la que nació de la crisálida bajo la tierra. La tomé y la llevé afuera en la oscuridad. Sentía que no se quería desprender de mis dedos pero al final lo logré. Entré a la casa satisfecho y cuando ya me fui a desvestir... uchs... creo que a lo mejor me consideró algo parecido a una madre por cuidarla mientras crecía y pues se había regresado a mí en la oscuridad del patio y se había quedado suspendida en un costado de mi pie... No estaba muerta, pero la había apretado un poco. La dejé dormir sobre mi velador, pero esta mañana siguió en mal estado. Siento no poder hacer mucho por ella.



viernes, 13 de octubre de 2006

"Paseo..."

Santiago, abril de 2004.-


A eso de la una y treinta de la tarde quedé de juntarme en el metro Sta. Lucía con un par de amigos de Internet a quienes nunca había visto y con y mi amiga Ana María. Falta media hora para la cita y después de recorrer desde la Católica hasta Cienfuegos y de regreso por la Alameda, me he sentado a descansar en una plazoleta junto al cerro Santa Lucía. A descansar mis pies cansados, claro, pero más que eso a intentar descansar por un momento mi mente y mi espíritu intranquilos.
Miro hacia arriba y tras los árboles en tonalidades rojas, verdes y amarillentas distingo las torres más elevadas del Cerro. Ese oasis en la jungla de cemento me ha atraído desde el día en que apenas lo divisé por primera vez cuando pasaba en un taxi.
En el banco de al lado, un hombre moreno y enjuto hace ademanes mientras le cuenta a un compañero invisible que él es carabinero, al tiempo que carga su arma, también etérea. Momentos después enumera algunos de los requisitos para pertenecer a dicha institución. Pienso en ese momento que quizás me aceptarían: mido más de un metro y sesenta centímetros, y soy soltero y chileno…
Pero lo que da vueltas en mi cabeza desde que salí a caminar y desde que llegué en esta oportunidad a la capital, no es lo que diga o no un tipo medio loco; lo que me intriga es el por qué de todo esto, de esta ciudad terriblemente siniestra para la vida, y de su gente, acaso la mayoría medio muerta.
Una bandada de palomas sin miedo pasa sobre mi cabeza y me recuerda un escuadrón de aviones de guerra. En fin, las palomas parecen vivir para comer, los humanos, entre otras muchas cosas sin valor real, parecen haber olvidado incluso eso. No digo que esto ocurra sólo aquí, pero entre el bullicio y el smog que apenas y deja el oxígeno justo para subsistir medio atontado, me parece que en mi seco y soleado Copiapó tengo algo de la calma necesaria para nutrirme.
Con razón acá todos parecen vivir sin mucho sentido; de tanto correr de un lado a otro, de tanto concreto y ladrillo, y de tanta bulla y hediondez de microbuses y de gente, se olvidaron de comer y se murieron todos de hambre…

lunes, 11 de septiembre de 2006

Un Día y una Noche Particulares

Lo Grato:

Hoy he tenido el placer de conocer a una de las estrellas de la blogosphera local. Súper simpática, es en el Mundo de los Átomos tal como la vemos persiguiendo polillas en su blog: nuestra querida Felina.
No pudiéndose resistir al influjo de las piedras mágicas que nos oculta el desierto, nos pusimos de acuerdo y, acompañada de su pareja, también súper simpático, nos dirigimos a los arenales interminables del que con lluvia habría sido nuestro campo de flores bordado.
Por desgracia o por fortuna, el automovil no podía llegar hasta el yacimiento de cuarzo mismo, pero de cuando en vez hace maravillosamente bien una caminata por los cerros y paisajes de aquellos lugares a primera vista desolados. Personalmente lo pasé genial, pero más que por haber hallado bellos y transparentes cristales de cuarzo [Lo siento, tenía que jactarme], por la agradable compañía conque conté [espero no sea muy distinto a su pensar]

De regreso, y no pudiendo evitar la curiosidad gatuna típica, Felina me convenció para que le mostrase el lugar de las pedradas misteriosas de la primera entrada de este blog. Siento que no quedara tan contenta porque los "duendes" no se dignaron tirarnos ni migas de pan [al menos habrás salido del empacho de bicholandia, no?, jeje]

Finalmente, ya cerca del valle, se nos cruzó un perrito chiquito y desvalido a quien seguramente alguien botó por esos andurriales... ¿qué creen ustedes que pasó? Pues que los gatos parece que no eran tan enemigos de los perros como se decía. Su corazón de abuelita la obligó a bajarse del auto incluso antes que se detuviera para rescatar al pequeñín que no me cabe duda ahora ha de estar abrigadito y feliz.

Lo Tétrico:
Puede que allá no nos hicieran nada, pero hace un rato, a la 1:30 am, después de despedirme de mi pareja y disponerme a cerrar programas y sistemas para pasar una agradable noche... me golpearon la ventana a mis espaldas... A toda velocidad abrí la cortina pero obviamente sólo vi oscuridad. Me levanté de un salto y salí a ver, prendiendo luces. Nada... Me temo que los duendes no quieren que me acerque más por aquellos lados, y quizás esta vez me convencieran. [¿Sería que nos estaban observando? ¡Que Santa Gata me libre!] Por lo demás, estoy haciendo hora para no irme a acostar y ya me echaron a perder la placentera noche.

Las Conclusiones:
Felina tiene un gran corazón, pero no es una gata montesa.

Lo Tristemente Cierto:
Tengo miedoooo!!!

jueves, 24 de agosto de 2006

Margareth

A Margareth le había tocado nacer en la Europa de comienzos del siglo XIX. Por aquella época, las damas de sociedad eran bastante respetadas; empero, ello no quiere decir que tuvieran los mismos derechos que los hombres. Al contrario, estas damas educadas eran aceptadas porque seguían las tradiciones y porque actuaban como lo que eran: damas de sociedad.
A pesar de que Margareth había crecido, al igual que sus dos hermanas, en un ambiente conservador, en el seno de una familia pudiente, de pequeña había demostrado que sería diferente de éstas. Casi siempre se comportaba como su madre y sus hermanas, de la forma que la sociedad quería, pero en el fondo ella sabía que aquello no era más que una farsa, que en vez de permanecer bordando silenciosamente junto al fuego, ella soñaba con subir corriendo al Puente de Londres para perder su mirada en las apacibles aguas del Támesis o con mojarse bajo la lluvia en la antiguas calles de la ciudad. Pocas veces la verdadera Margareth lograba salir a la luz.
Un agradable día de primavera, cuando ella sólo tenía diez años, toda la familia había asistido, como de costumbre, a la misa dominical en la catedral de St. Paul’s en Londres. A pesar de que ella siempre trataba de hallar excusas para no ir, las órdenes paternas eran una ley que nadie osaba infringir. Como era habitual, se veía a un grupo de niños jugando frente a la entrada de la iglesia, mas hoy había reparado en algo distinto. Una niña de más o menos su misma edad que se mantenía apartada del resto por ser de una clase social inferior. Pero en aquel entonces Margareth no comprendía estas diferencias; para ella, la pequeña niña vestida con ropas sencillas y “cómodas” que contemplaba triste al resto de los niños, era alguien igual a ella, y, más aún, alguien que seguramente querría jugar. Nunca se habría imaginado que entre su madre sentada ante la finísima mesa del salón, y la empleada que le servía el té cada tarde, había una brecha irreducible.
Obviamente no pudo hacer nada para desprenderse de la mano de su hermana mayor, pero esperaría atenta el momento adecuado; no dejaría pasar la ocasión.
La conmoción fue general cuando la encontraron, pero no tanto por el hecho de que se hubiera escapado de la misa, sino más bien porque la habían hallado jugando en la plaza con una niña “callejera”.
Margareth nunca olvidó este hecho. Tampoco entendió por qué la habían castigado, y aquella sensación de que sus padres estaban equivocados no la abandonó jamás.
Pasaron muchos años en los cuales continuó fingiendo ser igual a sus hermanas; justo lo que sus padres deseaban. Un segundo hecho, sin embargo, volvería a despertar a la verdadera Margareth que reposaba en su interior.
Su hermana mayor pensaba totalmente como sus padres. Para ella, la vida de una mujer era casarse con un buen marido, desde luego elegido por ellos, y obedecerle fielmente en todo. Rebbeca, la segunda de sus hermanas, no parecía tener opinión, pero Margareth sentía que ella tampoco quería vivir como la sociedad le decía que tenía que hacerlo.
Un día, cuando Margareth contaba veintitrés años, llegó a casa junto a sus hermanas y se encontraron con un hombre desconocido de unos cuarenta años sentado con sus padres en el salón. Era la persona elegida para ser el esposo de Rebbeca.
Los preparativos para la boda avanzaban rápidamente. Rebbeca no objetaba nada, pero Margareth creyó ver en su mirada cabizbaja, una especie de súplica silenciosa. Ante la ocasión de que su hermana mayor no se encontraba en casa, Margareth cerró la puerta del salón donde Rebbeca se hallaba leyendo y se sentó a su lado: “No le amas, ¿Cierto? No deseas casarte con él, pero le temes a la reacción de nuestros padres.” Rebbeca, como siempre, no dijo nada, nada con palabras, pero estalló en un llanto ahogado y desgarrador en los brazos de su hermana.
Ambas sabían que no había posibilidad alguna de liberarse del compromiso, del mismo modo que sabían que la única solución, aunque desesperada, era escapar de su prisión, huir lejos...
El episodio es largo, pero lo importante es decir que, por segunda vez, Margareth fue descubierta y que el peor castigo, más que el que recibió de sus padres, fue no ver nunca más a Rebbeca, quien luego de su boda fue llevada por su marido a vivir a América.
Este tipo de abusos condujo pronto a Margareth a tomar la decisión más osada para una “dama de sociedad” de aquella época: partir sola. Dos veces había fracasado en sus intentos de liberarse. Si había una tercera oportunidad, ésta tendría que ser la definitiva.
Y lo logró, nadie más supo de la hija menor en aquella familia, más no por su propia intención de olvidarlos, sino porque las decenas de cartas que envió a sus padres y a su hermana mayor jamás devolvieron una sola palabra de respuesta.
Lo cierto es que Francia no la acogió con sus brazos abiertos, pero el recibimiento fue más cálido que el recuerdo de Inglaterra. Diez años después de su llegada, ya era reconocida en París por su lucha en pro de los derechos de la mujer en la sociedad.
Pero Margareth cometió un gran error en su vida. Luchando por lo que creía justo, no supo detenerse hasta que se halló en el extremo opuesto y cuando su amigo Louis de Murille, un próspero empresario de la época, le pidió matrimonio, a ella le pareció que se derrumbaba todo su mundo de ideales establecidos. Casarse hubiese sido como rendirse ante un hombre, arrodillarse a sus pies. No, eso no lo haría jamás.
Cuando se dio cuenta de su error, cuando se permitió pensar en Louis, cuando aceptó que su corazón lo necesitaba, ya era demasiado tarde. Él se había casado con otra mujer y ella ya había perdido su juventud.
Margareth murió a los sesenta y seis años de edad, orgullosa de su trabajo social y acompañada por sus muchas seguidoras, pero terriblemente arrepentida por no haber aceptado el amor.


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Qué tiene que ver esta historia con Copiapó. Bueno, fue escrita por un copiapino más, el día 19 de noviembre del año 2001, y editada hoy. Quizás un día se extienda aunque, para bien o para mal, ya saben el final.

viernes, 18 de agosto de 2006

Sinfonía para Goethe, Poe y Wilde

El día ayer tuve la suerte de ser invitado por una gran amiga a ver la obra "Sinfonía para Goethe, Poe y Wilde" de la compañía de teatro la Factoría, que la ofreció en una única función en la Sala de Cámara de nuestra ciudad.
En la obra se adaptan tres cuentos: La Máscara de la Muerte Roja, de Poe; Fausto, de Goethe; y El Retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde.
No relataré la obra, por supuesto, ni mi intención es dar una opinión acerca de la misma. Lo que sí deseo recordar y dejar plasmado hoy es el monólogo del final, en que el personaje que había comenzado a contar los tres cuentos decía algo como:

"Si quieres ver árboles, camina hasta el bosque.
Si lo que deseas es ver el
bosque, entonces trepa a la cima de una montaña.
Si quieres ver toda la
montaña, elévate hasta una nube.
Pero si lo quieres ver toooodo, todo, todo,
absolutamente todo; entonces cierra los ojos y hazlo en tu imaginación."

Luego de eso, se retiraba de escena y en medio del escenario quedaba un libro con sus páginas abiertas mirando hacia el público.

No creo que esa imagen necesite explicaciones.

jueves, 3 de agosto de 2006

Vuelo

Había pertenecido siempre al mismo lugar y estaba conforme con ello. Admiraba la tierra y se sentía agradecido por todo aquello que ésta le regalaba: el sol, con su luz y su calor, aunque las más de las veces lo rehuyera bajo las copas; el verde, en distintos matices en cada árbol y en cada planta; el viento refrescante de las tardes, meciendo las altas copas de los árboles que producían aquel murmullo que él sabía que no olvidaría jamás y que añoraría en los días de su vejez; y también agradecía la brisa fresca de la noche pues le daba la paz para admirar las estrellas y las sombras, y porque olía a oscuridad, a calma y a silencio.

Todo era perfecto a su alrededor. Todo le deleitaba y jamás se aburría de ver siempre lo mismo. Un día, sin embargo, contempló la cima del árbol más alto de las cercanías, un lanceolado álamo solitario que lo había visto crecer, y decidió que era tiempo de llegar hasta allí. Cerró los ojos, extendió los brazos y así, sin más, se echó a volar.
Para él esto no tenía nada de extraño; simplemente había vuelto a hacer lo que tantas veces hacía en sueños. Flotaba suavemente, su cuerpo más liviano que el ya liviano aire de aquel verano verde.

Al comienzo se mantuvo a medio metro de altura, ojos bien cerrados, sólo sintiendo la liviandad de su cuerpo mecido levemente de aquí allá por el viento, pero pronto comenzó a elevarse, primero por sobre las plantas y arbustos más bajos, después sobrepasando los árboles frutales. Finalmente, cuando sintió el viento más fuerte contra su cara y oyó con mayor intensidad el murmullo del follaje, decidió abrir los ojos. Frente suyo se mecía con calma infinita la aguzada cima del álamo. Le sonrió y el viejo árbol le concedió una leve inclinación de aprobación y simpatía, y hasta creyó ver una sonrisa entre sus alargadas ramas.

Luego observó a su alrededor, hacia abajo, hacia su hogar. Por entre las copas divisó la vieja casa de sus padres y el camino que conducía del pueblo a la ciudad. Aunque parecía tan natural estar ahí, todo le maravillaba más que nunca, como cuando se mira el horizonte con la cabeza de costado y se sorprende ver lo mismo de siempre pero de una forma distinta a la cotidiana. Sonreía con esas sonrisas que provienen de un regocijo muy profundo al observar el agua del canal junto a su hogar, al distinguir los distintos matices de verde, al oír de cerca el murmurar de los árboles, al creer sentir más cercano al sol; mas una nueva idea vino a su mente: ya habría tiempo para observar cuidadosamente los alrededores, hoy sólo quería dejarse llevar por la ingravidez. Miró arriba y divisó a los negros buitres, perennes en lo alto de los limpios cielos de su tierra, como alados guardianes que nunca descansan; apretó los brazos a sus costados y comenzó a elevarse en línea recta, cada vez más veloz, hasta que en unos minutos ya no era más que un punto en el inmenso cielo límpido de aquel verano verde…

sábado, 22 de julio de 2006

Misterios en el Desierto.

Comenzaré este espacio con un relato algo escalofriante que me ocurrió junto a tres amigos hace unas noches. No puedo dar una aclaración al fenómeno pues simplemente no tengo idea qué es, ¿duendes, ánimas, gente? juzguen a su antojo:

La historia comienza hace más de un año cuando un amigo me cuenta que en un lugar ya en el desierto en las afueras de Copiapó, no muy lejos de donde vivo, le han sucedido cosas extrañas cuando va a carretear en la noche con amigos. La primera vez recuerdo que le golpearon el parachoques del auto y creyó vislumbrar por el espejo retrovisor a un ser medio encorvado que me describió como similar a la imagen de Gollum. También le sucedieron otros detalles, pero como no los recuerdo exactamente no los expondré, no sea que falte a la verdad.

Luego de un año me cuenta que esta vez eran varios los reunidos en el lugar y a uno le llega un piedrazo. Confusión colectiva y poco menos que salen huyendo tan pronto como pueden (No los culpo, quizás habría hecho lo mismo).

Intrigado desde entonces por sus relatos he quedado con la tentación de ir a ver si realmente pasa algo, por supuesto con bastantes dudas, pues ni siquiera sé qué nivel de "carrete" llevaban en el cuerpo los presentes. Mi amigo me dice que debo ir en luna creciente o llena que es cuando les pasan cosas, así que el otro día, con tres amigos (otros) me dirijo al lugar. No sé dónde exactamente es, pero nos adentramos por un camino que parecía el correcto y con la ayuda de una luna casi llena nos bajamos del auto y comenzamos la exploración.

El terreno es una planicie llena de botellas de cerveza. Pienso “si yo fuera un espíritu del lugar, también me enojaría.” Armado con unas varillas de radiestesia a las que tengo buena confianza, comienzo a caminar acompañado de mis amigos (para los que no saben, son sólo un par de varillas metálicas con forma de L, y que puestas una en cada mano indican energías u objetos a medida que se va caminando. Se basa en la misma técnica que el péndulo o la horquillas con que los zahoríes buscan agua).

Para no dar nombres llamaré J, E, y S a mis amigos. Poco a poco J y yo nos vamos alejando de los otros dos, caminando hacia un pequeño cerro solitario que se alza al terminar la planicie. Las varillas no me indican nada de nada. Bajamos la pequeña meseta y al llegar abajo, entre el cerro y ésta, se corta el aire. Obviamente nos parece natural. Decidimos caminar alrededor del cerro, hacia el costado derecho, y las varillas, casi al instante, comienzan a indicar hacia el montículo. No muy lejos de ahí nos topamos con el primer agujero, un hoyo rectangular no muy hondo que pienso que es un picado minero, pero la verdad me recuerda mucho las tumbas saqueadas del cementerio abandonado del mineral de plata de Chañarcillo. Aparte de eso, nada especial, más en ese instante sentimos una piedra, que por el sonido parece más menos pesada, digamos del tamaño de un puño o más. Cae seca, como sobre la arena. Nos miramos nerviosos y vamos a ver. Claro está que no la vamos a hallar, pues está lleno de piedras por todos lados, pero nos topamos con dos agujeros más, muy similares al primero, pero esta vez son dos juntos. Incluso uno tiene dentro lo que en la noche parecían unas flores pero al día siguiente (pues fui de nuevo, de día a tomar fotografías) supe que es una planta del desierto. Lo raro es que no son picados mineros, al menos no los que yo conozco, pues no han depositado los restos en un costado, como se esperaría, sino alrededor de los hoyos. Tampoco son lo suficientemente profundos y no fueron hechos con máquina. Después veré que son muchos y muy cerca unos de otros. No les he encontrado explicación lógica (pero acepto opiniones, claro).

J y yo comentamos “han de ser S y E que nos están molestando,” mas en ese momento vemos aparecer las luces del auto allá arriba en la planicie. Se habían devuelto a buscar el auto y se quedan arriba: no eran ellos.

Seguimos caminando alrededor del cerro. Las varillas indican a ratos hacia el otro lado pero vuelven con insistencia hacia la cima de la loma. Nos encontramos con medialunas de piedras, y también con unas intrigantes líneas paralelas que parten de unos cincuenta metros y terminan frente al cerro, cerradas a ambos lados por piedras perpendiculares. No se ven huelladas ni máquina alguna ha dejado marcas en ellas, aparte de un camino que las atraviesa. En partes donde han sido borradas, alguien las ha terminado con cal, como los descubrimientos arqueológicos. Quizás se trate de uno, pero llevo 25 años viviendo cerca del sector y nunca nadie ha comentado algo así.

Continuamos, ningún ruido. Al terminar el cerro las varillas se me cruzan en un lugar (al día siguiente le pasé las varillas a mi hermano mientras tomaba fotos. Él no cree en “webadas” así, pero se pone a usarlas como le explico, y sin que yo le diga nada, las varillas se tuercen hacia el cerro y también se le cruzan en el mismo punto que a mí).

Decidimos regresarnos, pues S y E han de estar preocupados, pero le digo a J que antes tiraré una piedra. Me agacho, recojo una y la tiro en oposición al cerro, por un lugar donde el agua de las lluvias ha hecho una pequeña zanja… en el momento que mi piedra cae lejos, como a dos o tres metros detrás de nosotros, en el lugar donde las varillas se habían cruzado, cae otra piedra. No es un rodado del montículo, pues cae a unos metros de éste. Como sea, y ya con los pelos como tirados a imán, nos damos la vuelta para llegar al auto. Dos piedras más nos caen detrás. Aparte de eso, nosotros no “vimos” nada.

Al llegar arriba les contamos a nuestros amigos y los convencemos para volver. Hacemos el mismo recorrido pero ya no se oye nada, y por mucho que tiré piedras, ninguna respondió.

Al día siguiente, como decía, pude percatarme de la gran cantidad de agujeros que hay, y de uno que estuvo muy cerca de nosotros pero que no vimos en la oscuridad. Se trata de una especie de herradura, como una excavación dentro de otra, pero cuidando que la arena de la interior no se desmoronara. Dentro del cuadrado interno hay un guante de trabajo medio enterrado. Me da la impresión de que no se enterró solo con el tiempo.
Lo que sea, con J quedamos más que satisfechos aquella noche. No pretendíamos nada más que observar el lugar, pues me parece que los intrusos somos nosotros y no quienes nos tiran las piedras. Pero de que hay algo raro, lo hay...